viernes, 18 de abril de 2008

La Metamorfosis

La puerta abierta hacia lo oscuro.

Mi memoria funciona de un modo muy particular, pero no olvida una siesta luminosa de invierno en la cual, emergiendo de las sombras de la biblioteca de mi abuelo, Kafka me sedujo con todo el esplendor de su oscuridad, cuando todavía era apenas una estudiante del secundario, hiriendo por primera vez mi alma con la daga de una cruel ficción.

La Metamorfosis -novela breve o cuento largo- marca un antes y un después en mi cronología de lectora: antes de Kafka, pareciera que sólo puedo recordar mis infantiles lecturas de historietas. Después, la entrada por la puerta grande al mundo de la literatura, como un universo que se abría a mis ojos, ancho, peligroso y truculento pero a la vez capaz de encerrar en sí toda la grandeza y la fuerza de las historias que se han narrado desde los primeros tiempos y habrán de narrarse todavía. Todas las posibilidades que una mente agitada pueda concebir, sin necesidad de lógica ni razones.

La lógica es precisamente quien cede, en un momento inicial, ante un Kafka que, valiéndose de una única artimaña que podría catalogarse de fantástica -la metamorfosis en sí del protagonista- introducida en la vida normal de una familia, desnuda sin piedad los sentimientos que brotan tras un infortunio y cómo el ser humano puede tornarse insensible y desagradecido, rechazando a quienes en su momento lo dieron todo por ayudar a otros.

No hay explicaciones para los cambios que se producen en nosotros, así como nunca habremos de saber por qué Gregorio Samsa, el joven y sacrificado viajante de comercio protagonista de La Metamorfosis, terminó convertido en un enorme insecto. A veces no importan tanto las causas, sino las consecuencias, para mostrarnos los verdaderos colores de un alma humana alienada por su tiempo, por sus obligaciones, por los requerimientos.

Me encanta decir que Kafka, con dedos suaves y fríos desató las vendas de mis ojos adolescentes y me mostró un horizonte fosco y tempestuoso donde todo puede ocurrir -todo lo bueno y todo lo malo- dando así origen a mi propia metamorfosis.


Comentario aparecido en la revista
Acción Cooperativa, Junio 2007.

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