“Límites”: la constante despedida
Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
Sin saberlo, nos hemos despedido?
Jorge Luís Borges, Límites.
Leer por primera vez a Borges es para mí uno de esos instantes iniciáticos que marcan la existencia: todavía en el colegio, en un librito prestado y de hojas amarillentas, descubrí sus poemas y hallé el que considero uno de los tesoros literarios que guarda mi memoria: “Límites”. Por estos versos yo empecé a amar la poesía y subí un escalón más arriba en mi vida literaria: me recuerdo releyéndolo incontables veces como una niñita asombrada. Como alguien a quien -sin estar aún preparado- le fueran revelados los secretos oscuros de la vida.
Desde mi punto de vista, Borges es literatura para almas selectas. Requiere cierta cultura y, por momentos, mucha paciencia para no naufragar en un mar de datos incalculables e imaginarios. Pero lo más importante quizás sea tener algo de ese carácter flemático -tan inglés- que impregna la vida y obra de Borges. Hay que ser un poco frío, algo incomprendido. Para disfrutar de este autor debemos estar de acuerdo en algo muy importante con él: imaginar el Paraíso que esperamos alcanzar un día como una fantástica biblioteca infinita.
Mientras tanto, reconocemos nuestros límites y entendemos que cada día morimos un poco, con cada recuerdo perdido y las personas que ya no volveremos a ver, con cada puerta cerrada para siempre y una calle recorrida por última vez, sabiendo que hay un espejo en el cual no habremos ya de reflejarnos y algún libro de todos los que conforman nuestra biblioteca, que no alcanzaremos a leer. Aceptamos que en cada jornada anochece nuestra vida y aprendemos a decir adiós hasta a nosotros mismos.
Creo en el alba oír un atareado
Rumor de multitudes que se alejan;
Son lo que me ha querido y olvidado;
Espacio y tiempo y Borges ya me dejan.
Comentario aparecido en la revista
Acción Cooperativa, Agosto 2007